El amplio espectro de los estudios derivados de las disciplinas sociales ha dejado de lado dos cuestiones primordiales que cobran cada día una mayor fuerza.
En primer lugar, el entendimiento del espacio como un ámbito vivo donde se reflejan y procesan, de manera activa y creativa, las relaciones sociedad naturaleza derivadas del contexto mundial-local. En este sentido, sobresale el rol que juega el espacio y el territorio, y su valor simbólico como creador, soporte y fortalecimiento de identidades. Los territorios entendidos como un contexto social y al mismo tiempo como los factores determinantes de las estructuras económicas y resultado de formas de apropiación y de acción sociocultural (Santos, 2000). De allí que a pesar de las tendencias a la homogeneización en todos los órdenes de la vida social, se constate día a día, la persistencia de la diversidad de los territorios, la variedad de su gente.
En segundo lugar, a pesar de la creciente convicción de que el nivel local sigue siendo un núcleo activo de vida, trabajo, unidad básica de organización social-territorial, tradiciones y dinamismo cultural, de práctica política, de organización administrativa, de movilización social, en suma, parte fundamental e indispensable de la organización espacial nacional y estatal, continúa siendo objeto de embates externos fortalecidos por la centralización, derivando en el debilitamiento de las estructuras locales.
La visión del desarrollo local, intenta vincular los valores locales con el mercado, y de esa manera, aprovechar recursos naturales y culturales para la generación de empleo y de empresas productivas sin la necesidad de recursos externos o bien, gestionarlos localmente con la intención de que el modelo económico comparta los beneficios con la localidad. Esto último implica una verdadera reformulación del concepto de desarrollo, en vista de que el capital por sí mismo ha demostrado ser poco solidario con los intereses locales. Esta óptica va en consonancia con una economía estable a largo plazo e involucra objetivos como la calidad de vida y el mantenimiento de los recursos, es decir, se adapta a la filosofía del desarrollo sustentable en su matriz ecologista, intergeneracional, de gestión de los recursos, sectorial y del enfoque marginalista, que toma en cuenta y vigila el uso racional de recursos ambientales.
De esta forma nos encontramos ante la necesidad de conciliar intereses del mercado internacional con el desarrollo local, fórmula que los alemanes han promovido bajo la máxima de "pensar global y actuar localmente. No obstante, conviene subrayar que el desarrollo de la cultura democrática es una condición necesaria para el cultivo del desarrollo local, puesto que las comunidades tradicionales, han estado sujetas durante mucho tiempo a estructuras y prácticas caciquiles que han impedido la difusión de beneficios que generan las actividades productivas. Por último en el proceso de desarrollo local, no deben dejarse al margen las consideraciones culturales, pues son determinantes, primero de la forma en que se concibe el desarrollo por parte de las sociedades locales y derivado de esta idea la forma en que participan.